Ser profesor no ha sido nunca tarea fácil, menos lo es en esta época de multimedia y de hiperconectividad que ha convertido la atención del alumno en un bien escaso. En el día a día de la actividad de uno, se siente a veces ganas de juzgar a los estudiantes por quejas que (supongo) serán más o menos compartidas en todas las latitudes: falta de preparación de los estudiantes, falta de compromiso, "esto no pasaba en mi época", etc.
Como no quiero caer en tópicos de "cualquiera tiempo pasado fue mejor" voy a indicar en unos cuantos posts estos días qué me parece que podemos hacer los profesores para salir de esta situación, es decir, para ayudar a los educandos a (re)encontrar el gusto por el estudio y el compromiso por el propio futuro. Y abro la partida con un tema obvio: el tiempo y la carga de los estudiantes. Veamos con un pequeño cálculo cómo está configurado este importante asunto en nuestra Alma Mater y en el país.
En nuestra Universidad, el año académico se divide en dos semestres de 16 semanas de duración cada uno. En cada semestre el alumno toma de media unas seis materias, que representan unas 15 horas semanales. Se supone que, por cada hora de clase, los alumnos deben dedicar dos horas de trabajo personal o grupal para seguir sus estudios. Así, 15 horas de clase más 30 de estudio dan la respetable cantidad de 45 horas/semana, lo cual viene a ser una jornada laboral semanal de un adulto.
Se puede calcular además la carga no por horas sino por evaluación: en cada semestre se toman al alumno 3 exámenes parciales y un total de 6 ejercicios evaluados por cada materia (por lo menos, así es en mi programa). Con esta carga evaluativa, tenemos pues 3 exámenes/materia por 6 materias = 18 exámenes en un periodo de 16 semanas, o lo que es lo mismo, algo más de 1 examen por semana. En el caso de los ejercicios evaluables, el alumno hará 6 ejercicios/materia por 6 materias lo que da la nada despreciable cifra de 36 ejercicios evaluados por semestre. O lo que es lo mismo, cada semana entregará algo más de dos trabajos evaluables (si se hace el cálculo por 5 materias viene siendo la misma carga, las diferencias entre 5 y 6 materias son negligibles).
Es decir, por carga evaluativa el alumno tiene sus 15 horas de clases más -pongamos- unas 10 de estudio para seguir todas estas clases más 6 - 10 horas por el examen semanal que dará y otras 6 - 10 horas por los dos ejercicios evaluables que entregará. Ello da unas 41 horas/semana, algo menos del otro cálculo pero con una mínima diferencia.
He hecho todos estos cálculos para que tengamos claro hasta qué punto anda el alumnado cargado y estresado con toda esta exigencia evaluativa. Y ello tiene una importante consecuenia: el alumno se limita a "cumplir" con estas formalidades impuestas sin tener tiempo (ni ganas) de desarrollar sus propios intereses, dirigir su carrera académica hacia donde más le interese y en definitiva diseñar él mismo su propio estudio (y, por ende, su propia vida). Ahogado en el mar evaluativo que tan pedagógicamente le hemos diseñado, es incapaz de respirar para ver qué hay en el horizonte. Y si aparece un espacio en estos densos lugares, por ejemplo cuando no hay clase porque el profesor está impedido, no será nunca -cosa lógica- para trabajar en una materia sino para escabullirse, que uno está ya muchas horas dándole al tema.
Se me dirá que soy un exagerado o bien que "si dejamos mano libre al alumno, éste no hará nada porque es un holgazán por definición". Discrepo profundamente de esto último: sólo si traspasamos la responsabilidad al alumno éste será capaz de tomar las riendas de su propia vida. No digo que esto se haga de un día para otro, pero si no vamos hacia este modelo, privamos a nuestra juventud de uno de los mayores dones del ser humano: tomar las riendas de la propia vida y aprender a administrarla con libertad y responsabilidad.
Hace años vi un film cubano que me impresionó bastante: el dueño de un esclavo decidió regalarle la libertad. El dueño llevó al africano hasta la puerta de la mansión y le dijo -con la voz socarrona del que se sabe vencedor antes de iniciar la partida-: "Vete, puedes irte, te regalo la libertad." El africano, viendo el ancho horizonte que se abría ante sus ojos, y consciente de que no estaba preparado para nada de lo que le llegaría si se iba, reununció a su libertad y claudicó ante su amo quien, paternalistamente, le dijo "¿Ves como en mi casa estarás mejor que en cualquier otro lugar?". Esta escena, aun sin contener violencia alguna y limitarse a un breve diálogo, pareció más violenta que todos los tiros y bombas de las películas de James Bond.
Se me dirá que en un ambiente de libre albedrío habrá también una parte del alumnado que confundirá la libertad con "el hacer lo que me dé la gana". Y es cierto, habrá una parte de los estudiantes que optarán por esta vía, pero este número será sorprendentemente bajo, según indican estadísticas de países y sistemas que dan más libertad al estudiante. Lo que sí está claro es que, si no enseñamos a los estudiantes a ser personas libres (con todas las consecuencias curriculares y organizativas que ello implica) les estamos negando una herramienta fundamental que les debería convertir a futuro en hombres y mujeres de fuerte criterio.
Otro día hablaré de las consecuencias que todo este sistema del hipercontrol tiene para estudiantes y docentes.
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